Las virtudes y los defectos se magnifican y, como ya comentamos en algún escrito anterior, a cada uno le sale el “barrio”.

Al hecho comentado de que, durante los primeros días, el número de sanciones por incumplimiento flagrante de las órdenes de confinamiento superó el de infectados, hemos de añadir ahora lo vivido en fechas muy recientes, cuanto hemos podido disponer de la mínima posibilidad de salir a la calle.

No diré que las escenas hayan llegado a ser como la de la salida del cine, al grito de “!Fuego!”, en la película “Cortina Rasgada” de Hitchcock, pero han tenido ciertas similitudes.

La situación es de enorme gravedad, las consecuencias primeras presentan cifras de destrucción inusitadas y la amenaza de que, si no se adoptan medidas extremas de prevención, empiece de nuevo el mambo, es real y reiteradamente advertida.

Y sin embargo aquí, en un importante número de personas, cada uno “a su bola”, como si nada hubiese pasado y, lo que es peor, como si nada pudiese ocurrir de nuevo.

Decíamos hace unas semanas que existe un número de imbéciles mucho mayor que el de afectados, y tal afirmación no sólo va manteniendo su vigencia, sino que se va haciendo cada vez más manifiesta a medida que nuestro campo de visión se amplía, tanto en el espacio como en el tiempo.

Está visto que hay demasiado ganorabako suelto y, como suele decirse por ahí, “si los tontos pudiesen volar, el resto dejaría de necesitar protección solar"