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El toreo de salón

POSTED BY Garcerán Rojas 05 de julio de 2018

Con la muleta, naturales, derechazos, de pecho. Con el capote, chicuelinas, largas cambiadas y verónicas terminando en farol o medio farol. Pero, en el suelo, alfombra.

Ya son varias las alusiones que he hecho recientemente al creciente nivel de divulgación existente, sobre todo, en lo relacionado con las nuevas tecnologías y tendencias asociadas. Y, de esa continua exposición de conceptos que, muchas veces, permiten alumbrar textos como el que bauticé en su momento como “nothing text”, lo que estoy sacando en claro es que existe una buena parte que no deja de ser algo así como el toreo de salón

Esa forma de proceder está presente en todas las suertes de la vida, y los data center de nuestros pecados no son una excepción. Por tanto, permítaseme el símil taurino, para establecer un vínculo entre el terreno en el que nos movemos habitualmente y esta versión edulcorada del Arte de Cúchares.

Existen verdaderos artistas en esta disciplina y no hay más que darse una vuelta por esos foros que abundan por doquier para comprobar cómo se manejan las formas y los tiempos. Qué maravilla de pases se dan sin el riesgo de hacerlo en condiciones reales y sus efectos asociados.

"Con la muleta, naturales, derechazos, de pecho. Con el capote, chicuelinas, largas cambiadas y verónicas terminando en farol o medio farol. Pero, en el suelo, alfombra."

El mundo del data center es, por el contrario, un escenario real con la arena a tus pies y el morlaco a punto de salir desde toriles. En casi todos los proyectos, sobre todo en aquellos de reconversión y refuerzo, se han de preparar maniobras críticas en cada uno de los tercios.

En el primero, unas veces se ha de templar la embestida sin nadie al quite y, otras, recibir incluso a porta gayola. En el segundo, intentar ir de frente evitando el recurso de sobaquillo. En el último, respetando los tiempos para cada acción y enfrentar la hora decisiva sin adornos ni desplantes, haciéndolo como quien cuadra un “Victorino”, tornándose las ventanas de actuación en suerte suprema.

El toreo de salón es fino, bello, de estética grácil, pero de salón, al fin y al cabo. Nuestro día a día requiere una compañía avezada, quizá de no tanto tronío como destreza y, para dar cuenta de ello, la muestra de mayor garantía son las cicatrices que ha dejado la batalla.

Por más que se diga lo contrario, no hay combate sin heridas y quien lo niegue, o miente o sólo se prodiga por los salones de palacio.

Por ello, a la hora de elegir a la cuadrilla, si las cicatrices no están a la vista, hay que hacer por encontrarlas. Sólo así se puede comprobar la idoneidad en la definición del equipo y preparar bien el paseíllo con el que comenzar cada trabajo.

En el toreo de salón, el morlaco ni bizquea, ni se revuelve, ni derrota. Pero en nuestro albero, el de verdad, no suele presentarse el manso de Saltillo. Hay que recibir el trapío, a veces de purísima y oro, y siendo el astado negro zaíno, el negro black (out) enemigo.

Y al final de esta faena no suele haber vuelta al ruedo y, mucho menos, orejas y rabo. Solamente un valor que trasciende de su consabida acepción taurina para alcanzar esa aportación que siempre se recibe cuando la elección ha sido la correcta. El valor añadido.

Garcerán Rojas